Martes 14 de junio

Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes 21, 17-29

Después que hubo muerto Nabot, la palabra del Señor llegó a Elías, el tesbita para decirle: «Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Ahora se encuentra en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión de ella. Le hablarás diciendo: “Así habla el Señor: ‘¿Has asesinado y pretendes tomar posesión?’ Por esto, así habla el Señor: ‘En el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán los perros también tu propia sangre’”».

Entonces Ajab se dirigió a Elías diciendo: «Así que has dado conmigo, enemigo mío».

Respondió Elías: «He dado contigo. Así, por haberte vendido, haciendo el mal a los ojos del Señor, yo mismo voy a traer sobre ti el desastre. Barreré tu descendencia y exterminaré en Israel a todos los varones de la familia de Ajab, del primero al último. Dispondré de tu casa como de la de Jeroboán, hijo de Nebat, y de la de Baasá, hijo de Ajías, por la irritación que me has producido y por haber hecho pecar a Israel. También contra Jezabel ha hablado el Señor diciendo: «Los perros devorarán a Jezabel en el campo de Yezrael”, y los perros devorarán a los de Ajab que mueran en la ciudad y las aves del cielo a los que mueran en el campo».

No hubo otro como Ajab que, instigado por su mujer Jezabel, se vendiera para hacer el mal a los ojos del Señor. Actuó del modo más abominable, yendo tras los ídolos, procediendo en todo como los amorreos a quienes el Señor había expulsado frente a los hijos de Israel.

Ajab, al oír estas palabras, rasgó sus vestiduras, se echó un sayal sobre el cuerpo y ayunó. Con el sayal puesto se acostaba y andaba pesadamente.

Llegó a Elías, el tesbita la palabra del Señor: «Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? No traeré el mal en los días de su vida, por haberse humillado ante mí, sino en vida de su hijo».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Sal 50

R/. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,

por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi delito,

limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado.

Contra ti, contra ti solo pequé,

cometí la maldad en tu presencia. R/.

Aparta de mi pecado tu vista,

borra en mí toda culpa.

Líbrame de la sangre, oh, Dios,

Dios, Salvador mío,

y cantará mi lengua tu justicia. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor.

Reflexión

Hay muchos como Nabot en el mundo de hoy: pobres y débiles maltratados por la vida y aplastados por los demás. Tendría que haber, también, muchos como Elías que denuncian la injusticia y trabajan en concreto por mejorar la justicia social. Que no sólo salen en defensa de los «derechos de Dios» -como hizo el profeta contra los cultos idolátricos-, sino también de los «derechos de los pobres» Como hizo en este caso de la injusticia contra Nabot.

En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos.

La primera consigna, «amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto.

Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen.

José Aldazábal (Tiempo ordinario)