¿Teología o historia?[1]
En el sentir común de los cristianos los relatos del nacimiento de Jesús y la celebración de la Navidad constituyen una fiesta para el corazón. La fe se torna sentimiento. Ella alcanza lo que existe de más profundo e íntimo en la personalidad humana: hace vibrar, alegrar y saborear la vida y su sentido. En el día de Navidad todos nos hacemos niños y dejamos que, al menos una vez, el principito que habita en cada uno de nosotros, hable el lenguaje inocente de los pequeños. El ser humano se sumerge en el mundo de la infancia, del mito, del símbolo y de la poesía.
Pero, al mismo tiempo, la fe se relaciona con la historia y con Dios que se revela dentro de la historia. Entonces el creyente se pregunta: ¿Qué sucedió realmente en Navidad? ¿Será cierto que aparecieron ángeles en los campos de Belén? ¿Vinieron realmente magos de Oriente? Es curioso imaginar una estrella errando por ahí, primero hasta Jerusalén y después hasta Belén donde estaba el Niño. ¿Por qué no se dirigió directamente a Belén, en lugar de resplandecer primero sobre Jerusalén aterrorizando a la ciudad y al rey Herodes a tal punto que éste decretó la muerte de niños inocentes? ¿En qué medida es un cuento o una realidad? ¿Cuál es el mensaje que Lucas y Mateo dedujeron de la historia de la infancia de Jesús? ¿Su interés es histórico o, quizás, a través de la amplificación edificante y embelesadora de un dicho de la escritura o de un acontecimiento real, buscaron comunicar una verdad más profunda acerca del Niño que más tarde habría de manifestarse como Liberador de la condición humana y la gran esperanza de la vida humana y eterna para todos los seres humanos?
A los ojos de un conocedor de los procedimientos literarios utilizados en las escrituras y para el historiador del tiempo de Jesús, los relatos de la Navidad encierran serios problemas. Estos textos no son los más antiguos de los evangelios. Son los más recientes y elaborados cuando ya existía toda una reflexión teológica sobre Jesús y el significado de su muerte y resurrección; cuando ya estaban ordenados por escrito los relatos de su pasión, las parábolas, los milagros y las frases más importantes de Jesús; cuando ya se habían creado los principales títulos, como Hijo de David, Mesías (Cristo), nuevo Moisés, Hijo de Dios, etc., por los cuales se intentaba descifrar el misterio de la humanidad de Jesús. Al final apareció el comienzo: la infancia de Jesús pensada y escrita a la luz de la teología y de la fe que tuvieron origen en torno a su vida, muerte y resurrección. Es aquí donde se sitúa el lugar de comprensión de los relatos de la infancia de Jesús como son narrados por Mateo y por Lucas.
Una cuestión preocupó muy pronto a los apóstoles: ¿En qué momento de la vida de Jesús, Dios lo constituyó Señor y Cristo (Hch 2,36), juez de vivos y muertos (Hch 10,42) e Hijo de Dios con poder (Rom 1,4)?[2] La predicación más antigua responde: en la resurrección (1 Cor 15, 3-8; Rom 1,4; Hch 10,34-43). San Marcos, que escribió su evangelio alrededor del año 70, afirma: con el bautismo de Juan, Jesús fue ungido por el Espíritu Santo y proclamado Mesías y Liberador. Mateo, que elaboró su evangelio entre los años 80-85, responde: Jesús es desde su nacimiento el Mesías esperado; aún más, toda la historia de salvación desde Abrahán se desarrolla hacia él (cf. la genealogía de Jesús según Mt 1,1-17). Lucas, que escribió su evangelio hacia la misma época da un paso adelante y dice: desde el nacimiento, en la gruta de Belén, Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios. Y no sólo la historia santa de Israel desde Abrahán marchó hasta el nacimiento de Jesús en la gruta, sino toda la historia humana desde Adán (cf. la genealogía de Jesús según Lc 3,23-38). Por fin viene san Juan hacia el año 100, heredando una larga y profunda meditación sobre quién era Jesús, y responde: Jesús era el Hijo de Dios, mucho antes de la creación del mundo por «en el principio la Palabra existía (…). Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,1.14). Todo este proceso es fruto del amor. Cuando se ama a una persona, se procura saber todo sobre ella: su vida, sus intereses, su infancia, su familia, sus antepasados, de qué país vinieron, etc.
Hoy se tiene en claro que cada evangelista ofrece su visión personal de unos hechos que contempla desde su propia vivencia de fe. Así se explican sus discrepancias en la presentación de unos hechos que -aun siendo históricos- no siempre ocurrieron tal como la simple lectura permite intuir.
De hecho, los encuadres de ambos evangelistas adolecen de ciertas anomalías. Entre ellas las siguientes: María y José ¿vivían en Belén (Mateo) o en Nazaret (Lucas)? Dios ¿se relaciona con José (Mateo) o con María (Lucas)? Los padres del niño ¿se marchan a Egipto (Mateo) o regresan a Nazaret (Lucas)? Al nacer Jesús, los primeros en recibir la noticia ¿son magos (Mateo) o los pastores (Lucas)?
La lista de presuntas incoherencias podría alargarse. Es lógico, pues, que más de uno se cuestione: ¿qué enfoque es el auténtico? Los dos lo son. La crítica contemporánea se afana cada vez más en comprender las intenciones de cada evangelista. Hoy casi nadie estudia en bloque los llamados «evangelios de la infancia». Se opta más bien por desglosar los encuadres de cada evangelista.
A continuación, analizaremos cómo Mateo y Lucas trabajaron literaria y teológicamente estos datos para a través y con ellos anunciar, cada cual a su modo un mensaje de salvación y de alegría para todos los seres humanos: que en este niño se escondía el sentido secreto de la historia desde la creación del primer ser y que en él se cumplieron todas las profecías y las esperanzas humanas de liberación y total plenitud en Dios. (Continuará…)
P. Pedro Pablo Zamora Andrade
Misionero Redentorista
[1] Cf. L. BOFF, Jesucristo, el liberador, Bogotá 1977, 171-188.
[2] El verbo «constituir» (kathistemi) utilizado en otros textos bíblicos puede significar: conducir a alguien a un lugar (Hch 17,15); constituir en un cargo (Mt 24,45.47; 25,21.23); situar en un grado jerárquico (Hch 6,3; Tit 1,5; Heb 5,1); adquirir un estado moral a causa de las propias acciones (Sant 4,4; 2 Pe 1,8).